EL REY LEAR

LEAR.- ¿Sabes tú quién soy yo?
KENT.— No, señor. Pero hay aigo en toda vuestra persona que me persuade a obedeceros.
LEAR.— ¿Y es?
KENT.— Majestad.
LEAR.— ¿En qué puedes servirme?
KENT.— Sé dar un buen consejo. Soy buen jinete y corredor, sé desgraciar el mejor cuento al referirlo y exponer el peor mensaje con toda su rudeza. Lo que pueda hacer cualquier hombre puedo yo hacerlo; lo mejor de mi condición es ser diligente.
LEAR.— ¿Qué años cuentas?
KENT.— Ni soy tan mozo que pueda prendarme de una mujer por la sola gracia de sus canciones, ni tan viejo que pueda enamorarme de la que no tiene gracia alguna. Cuarenta y ocho son los años que llevo a las espaldas.
. LEAR.— Quédate, te tomo a mi servicio. Si rio me pareces peor después de haber comido no te despediré. ¡Eh, la comida! ¿Dónde está mi truhán, mi bufón? Id y traed a mi bufón. (Vase un CRIADO.) (Entra USVALDO.) ¡Tú, eh, aquí, bergante! ¿Dónde está mi hija?
USVALDO.— Aguardad. (Vasc.}
LEAR.— ¿Qué dijo el mal nacido? Traedme a ese zoquete. ¿Dónde está mi bufón? ¿Duermen todos? ¿Qué ha)', que dijo el bellaco?
CABALLERO.— Dice que vuestra hija no está buena.
LEAR.— ¿Y por qué no acudió el esclavo cuando yo le llajnaba?
CABALLERO.— Dijo en redondo que no le acomodaba.
LEAR.— ¿Que no le acomodaba?
CABALLERO.— Señor: no sé a qué puede atribuirse; pero, a mi juicio, Vuestra Alteza no es atendido con la respetuosa consideración que se os debe. Mucho va descuidándose el afecto, no sólo en los servidores, sino en el Duque mismo y en vuestra propia hija.
LEAR.— ¿Tal crees?
CABALLERO.— Perdonad si me engaño, pero mi deber me impide ocultaros lo que juzgo una ofensa a Vuestra Alteza.
LEAR.— No haces más que decirme lo que yo pensaba. Días ha que advierto esos descuidos; pero antes quise creerlos aprensiones de mi suspicacia que deliberado propósito de ofenderme. Observaré todavía. ¿Dónde está mi bufón? Dos días ha que no le veo.
CABALLERO.— D,esde que vuestra hija menor partió a Francia el bufón anda melancólico.
LEAR.— No hablemos de esto. Bien lo he visto. Decid a mi hija que he de hablar con ella y tú tráeme acá mi bufón. (Entra USVALDO.) ¡Eh, amigo; venid acá, amigo! ¿No sabéis quién soy yo, amigo?
USVALDO.— El padre de mi señora.
LEAR.— ¿El padre de mi señora? ¡El ladrón tú de tu amo! ¡Perro, hideputa, esclavo, can sarnoso!
USVALDO.— Yo no soy nada de eso, perdonad.
LEAR.— Aun te atreves a levantar los ojos hasta mí, villano. (Le pega.)
USVALDO.— No hay que golpearme, señor.
KENT.— Pero sí que botarte como pelota. (Le tira al suelo y !e patea.) Para que aprendas a jugarla.
LEAR.— Gracias, amigo; veo que me sirves, y he de quererte.
KENT.— Alza ya y vete, y aprende a guardar distancias si no quieres que vuelva a medir el largo de tu bellaquería. ¿No te irás? ¡Pronto! ¿No quieres entenderlo? Ahora verás. (Le echa a empellones.)
LEAR.— Bien hombre, bien. Te lo agradezco. Quiero recompensarte. (Le da dinero.} (Entra el BUFÓN.)
BUFÓN.— También yo quiero regalarte. Ponte mi caperuza.
KENT.— ¿Por qué?
BUFÓN.— Por tomar el partido de quien no tiene ninguno.
Si no sabes sonreír al viento que sopla, no tardarás en resfriarte.
Toma mi caperuza. Este amigo ha desterrado a dos de sus
hijas y ha dado su bendición a la tercera contra su voluntad.
Si das en seguirle, ponte mi caperuza. ¿Cómo va, tío?1 Quisiera
tener dos caperuzas y dos hijas. \
LEAR.— ¿Para qué, niño mío?
BUFÓN.— Así, aunque les entregara toda mi hacienda, siempre me quedarían mis dos caperuzas. Te doy una, pide la otra a tus hijas.

   
 
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