LA VIDA DE RAFAEL NUÑEZ

Por: LUIS MARIA MORA

La vida de Núñez tiene múltiples facetas, y a medida que se ahonda en sus secretos se multiplican. los contrastes. El futuro historiador de la época en que le tocó vivir encontrará en el luchador de Cartagena sorprendentes antinomias, y es posible que la posteridad, más certera en sus juicios, descubra en él faces nuevas que a nosotros se nos escapan, y i dé sobre su obra de conjunto mucha mayor luz de la, de que nosotros disponemos para penetrar bien hondo en tan fecunda y combatida existencia. Saltan a primera vista sus modalidades de pensador y de poeta. Del pensador profundo tiene todos los caracteres: constante agitarse en el mundo de las ideas, en cuyo poder tenía la más sincera fe; observación constante de los hechos históricos y de los acontecimientos presentes, a fin de sacar enseñanzas para su patria; análisis sereno de los fenómenos sociales, en

 
cuya ciencia sobresalió de los primeros en Colombia; estudio de las legislaciones de otros pueblos, sobre todo en Inglaterra, donde meditó y aprendió mucho, de todo lo cual sacó en consecuencia, no por •convicción religiosa, sino como corolario filosófico, que en Colombia había divorcio completo entre las creencias del pueblo y la constitución exótica que lo regía; y si del frío campo científico pasamos a las luminosas esferas de la fantasía, tropezamos ni más ni menos con el poeta romántico, a lo Espronceda, en que el sentimiento arde en su corazón como una antorcha a cuya luz se embellece la pasión y hasta vacila el deber; y estas dos actividades del razonador, del poeta, conviven en él sin estorbarse, antes prestándose mutuo apoyo, hasta formar en cierto modo el hombre completo.
Como poeta, Núñez fue maestro, y maestro de una escuela nueva. Sus versos, de severa estructura filosófica, no tenían antecedente en la poesía colombiana y causaron merecida admiración. Tuvo numerosos discípulos, y algunos de sus cantos eróticos alcanzaron una popularidad tan grande, que no había persona que no mirara atenta a los múltiples y cambiantes móviles que determinan las acciones de los hombres, y no supiera de memoria las encendidas estrofas del Todavía. Hubo un momento en que casi toda la república se puso bajo la bandera de la reforma, y tan grande resultado en parte se debía a que los escépticos y desencantados versos del reformador sonaban dulcemente en los oídos de una juventud universitaria criada a los pechos del mas crudo y desolador materialismo.
La poesía más comentada de Núñez es el Que sais-je? Tiene fecha de 1861, y es posterior en siete, años al Todavía, que lleva la fecha de 1853. ¿ Qué circunstancias mediaron entre un canto de amor y una de desesperanza? El gran pensador, en plena juventud, sentía el vértigo de la duda y adoptaba coma emblema la empresa de la medalla acuñada por Montaigne. Sin duda los ensayos del filósofo francés influyeron un tanto en el espíritu de Núñez; pero hay una enorme diferencia entre uno y otro. Núñez oscilaba entre la duda y la fe, y sin desconfiar nunca de la Providencia, se eleva a menudo con entusiasmo a jas más altas concepciones del Credo cristiano. Montaigne, al contrario, era el tipo acabado del verdadero escéptico. Jamás sintió afectos profundos. No supo nunca nada del amor espiritual, del cual se burlaba siempre, y cuando llegó el momento de elegir esposa, recomendó a su familia para que se la escogiera, por respeto a las costumbres, y se casó con la primera muchacha que le indicaron, lo cual trajo por consecuencia que la mirara siempre con glacial indiferencia. Tuvo hijos, de cuya paternidad desconfió, y si no los rechazó claramente, fue acaso por falta de pruebas y debido más que todo a la natural indolencia de su espíritu. No se apartó de. la religión; cristiana, en la que había nacido, a pesar de ser su madre judía de origen portugués, y simpatizando con la reforma protestante. Tampoco se dio el trabajo de inquirir sus fundamentos, por parecerle mejor seguir las costumbres establecidas. Cuando le llegó la hora de la muerte, aceptó al sacerdote que había venido en su auxilio, no sin preguntar antes si era una buena persona. Se dejó exhortar sin replicar ni una sílaba y se acusó de su tibieza y de su poco celo. Una vez absuelto, recibió la comunión, y »o bien hubo salido el sacerdote hizo quitar el Cristo y apagar los cirios, y no volvió a pensar más en ello. Como se ve, Núñez era un antípoda de su maestro Montaigne, y el escepticismo que se nota en Núñez a lo largo de toda su obra poética, no pasa de ser el hondo desconsuelo del filósofo ante la incesante lucha de la verdad y el error, ante la inanidad de la • ciencia en frente de los graves e insolubles problemas que asedian el mundo, y ante la infinita instabilidad de los sucesos humanos. No dicen otra cosa los sacros libros del Eclesiastés y las solemnes sentencias de la Imitación de Cristo: si. Núñez alcanzó a ver la extraordinaria. Terminación de su obra, entre el huracán de opuestos y cerrados intereses, se debió a la constancia y a la fe en que emprendió una obra superior a los más sagaces cálculos. El escepticismo es la parálisis del alma y deja ruina dondequiera; sólo la fe levanta perennes monumentos. Por otra parte el escepticismo de Núñez no es el enervante estaco dé alma que va a terminar al nirvana; es, por el contrario, ¿m noble acicate que lo empuja a la acción:

 

No sé lo que deseo, lo que busco:
a veces en la luz misma me ofusco
a veces en tinieblas veo mejor;
a veces el reposo me fatiga
cuando me muevo, a veces se mitiga ;
de mi sangre el terror.

 

El escepticismo de Núñez. de que tanto escándalo hicieron sus temibles enemigos, no menos librepensadores que él, era en cierto modo un principio de renacimiento de una filosofía más sólida, sí se compara con las absurdas negaciones dogmáticas que constituían la superficial enseñanza universitaria de entonces.
     
 
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