cuya 
                    ciencia sobresalió de los primeros en Colombia; estudio 
                    de las legislaciones de otros pueblos, sobre todo en Inglaterra, 
                    donde meditó y aprendió mucho, de todo lo cual 
                    sacó en consecuencia, no por •convicción 
                    religiosa, sino como corolario filosófico, que en Colombia 
                    había divorcio completo entre las creencias del pueblo 
                    y la constitución exótica que lo regía; 
                    y si del frío campo científico pasamos a las 
                    luminosas esferas de la fantasía, tropezamos ni más 
                    ni menos con el poeta romántico, a lo Espronceda, en 
                    que el sentimiento arde en su corazón como una antorcha 
                    a cuya luz se embellece la pasión y hasta vacila el 
                    deber; y estas dos actividades del razonador, del poeta, conviven 
                    en él sin estorbarse, antes prestándose mutuo 
                    apoyo, hasta formar en cierto modo el hombre completo. 
                    Como poeta, Núñez fue maestro, y maestro de 
                    una escuela nueva. Sus versos, de severa estructura filosófica, 
                    no tenían antecedente en la poesía colombiana 
                    y causaron merecida admiración. Tuvo numerosos discípulos, 
                    y algunos de sus cantos eróticos alcanzaron una popularidad 
                    tan grande, que no había persona que no mirara atenta 
                    a los múltiples y cambiantes móviles que determinan 
                    las acciones de los hombres, y no supiera de memoria las encendidas 
                    estrofas del Todavía. Hubo un momento en que casi toda 
                    la república se puso bajo la bandera de la reforma, 
                    y tan grande resultado en parte se debía a que los 
                    escépticos y desencantados versos del reformador sonaban 
                    dulcemente en los oídos de una juventud universitaria 
                    criada a los pechos del mas crudo y desolador materialismo. 
                     
                    La poesía más comentada de Núñez 
                    es el Que sais-je? Tiene fecha de 1861, y es posterior en 
                    siete, años al Todavía, que lleva la fecha de 
                    1853. ¿ Qué circunstancias mediaron entre un 
                    canto de amor y una de desesperanza? El gran pensador, en 
                    plena juventud, sentía el vértigo de la duda 
                    y adoptaba coma emblema la empresa de la medalla acuñada 
                    por Montaigne. Sin duda los ensayos del filósofo francés 
                    influyeron un tanto en el espíritu de Núñez; 
                    pero hay una enorme diferencia entre uno y otro. Núñez 
                    oscilaba entre la duda y la fe, y sin desconfiar nunca de 
                    la Providencia, se eleva a menudo con entusiasmo a jas más 
                    altas concepciones del Credo cristiano. Montaigne, al contrario, 
                    era el tipo acabado del verdadero escéptico. Jamás 
                    sintió afectos profundos. No supo nunca nada del amor 
                    espiritual, del cual se burlaba siempre, y cuando llegó 
                    el momento de elegir esposa, recomendó a su familia 
                    para que se la escogiera, por respeto a las costumbres, y 
                    se casó con la primera muchacha que le indicaron, lo 
                    cual trajo por consecuencia que la mirara siempre con glacial 
                    indiferencia. Tuvo hijos, de cuya paternidad desconfió, 
                    y si no los rechazó claramente, fue acaso por falta 
                    de pruebas y debido más que todo a la natural indolencia 
                    de su espíritu. No se apartó de. la religión; 
                    cristiana, en la que había nacido, a pesar de ser su 
                    madre judía de origen portugués, y simpatizando 
                    con la reforma protestante. Tampoco se dio el trabajo de inquirir 
                    sus fundamentos, por parecerle mejor seguir las costumbres 
                    establecidas. Cuando le llegó la hora de la muerte, 
                    aceptó al sacerdote que había venido en su auxilio, 
                    no sin preguntar antes si era una buena persona. Se dejó 
                    exhortar sin replicar ni una sílaba y se acusó 
                    de su tibieza y de su poco celo. Una vez absuelto, recibió 
                    la comunión, y »o bien hubo salido el sacerdote 
                    hizo quitar el Cristo y apagar los cirios, y no volvió 
                    a pensar más en ello. Como se ve, Núñez 
                    era un antípoda de su maestro Montaigne, y el escepticismo 
                    que se nota en Núñez a lo largo de toda su obra 
                    poética, no pasa de ser el hondo desconsuelo del filósofo 
                    ante la incesante lucha de la verdad y el error, ante la inanidad 
                    de la • ciencia en frente de los graves e insolubles 
                    problemas que asedian el mundo, y ante la infinita instabilidad 
                    de los sucesos humanos. No dicen otra cosa los sacros libros 
                    del Eclesiastés y las solemnes sentencias de la Imitación 
                    de Cristo: si. Núñez alcanzó a ver la 
                    extraordinaria. Terminación de su obra, entre el huracán 
                    de opuestos y cerrados intereses, se debió a la constancia 
                    y a la fe en que emprendió una obra superior a los 
                    más sagaces cálculos. El escepticismo es la 
                    parálisis del alma y deja ruina dondequiera; sólo 
                    la fe levanta perennes monumentos. Por otra parte el escepticismo 
                    de Núñez no es el enervante estaco dé 
                    alma que va a terminar al nirvana; es, por el contrario, ¿m 
                    noble acicate que lo empuja a la acción:  |