EPIFANIO
MEJIA ( Juan de Dios Uribe)
—¿Qué
quiere decir esto? —pregunte a mi compañero.
—¿No
deseabas conocer a Epifanio Mejía? —me 'respondió—.
Pues míralo: es ese que silba y que está recostado
en aquel taburete.
Me
señalaba un hombre alto y grueso, vestido como los
comerciantes de Medellín. De barba espesa, amarilla
de oro, ojos muy dulces y frente ancha y en relieve. Sin advertirse
de nosotros continuó silbando una tonada triste y distraída.
Ya había estado loco.
La
locura y el modo antioqueño, tan marcado en sus composiciones,
mantienen la popularidad de Epifanio. Bien entendido que fuera
de estas circunstancias tiene también su fama una innegable
justicia, porque después de Gutiérrez González,
en el mismo derrotero, nadie en Antioquia le es superior.
En 1863 escribió Epifanio una poesía titulada
Historia de una tarde, en el álbum de Dolores. Cantaba
allí, como buen católico, con gazmoñería
aparente, pero con sinceridad en el fondo, la expulsión
de las monjas del Carmen. Había algunas estrofas que
no por mal pensadas tenían menos valor, como ésta:
"¡Sí! ¡Les robaron su piedad, su calma!
¡ Las arrancaron de su virgen lecho! ¡Ya no contentos
con robar su dicha Hasta su tumba les robaron luego!"
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En
Epifanio Mejía no hay que buscar otra cosa que sencillez
y una disposición natural para descubrir los detalles
de las cosas, fijarlos con propiedad, y hacer pequeños
cuadros esmerados. Sorprende la poesía en la naturaleza,
como diestro en sus secretos, pues es hijo de las montañas.
No conoce sino su circuito y si quisiera ir muy lejos, su
viaje sería desairado. Las pasiones humanas que estallan,
los problemas sociales, la filosofía, el escenario
de la historia, si los ha entre visto es de un modo vago
y no los recuerda.
Es
muy poco lo que sabe, como por propia experiencia, y a eso
se atiene. Capaz de seguir los giros de un pececillo en
el cristal de las aguas; de comprender los secretos de los
nidos, el trabajo de las hormigas, la vida de las mariposas;
propia su mirada para distinguir el juego de colores de
las hojas, los matices de las flores, los caprichos de las
nubes pasajeras, no sería capaz de uno de esos golpes
de vista dilatados y profundos, ni de empinarse sobre lo
que le rodea para aventurar una palabra en lo desconocido.
Carece de audacia, y pues no la tiene, no la finge, lo que
manifiesta su costumbre de ser poeta sincero. Cuando entrega
al público una de sus miniaturas tan bien dispuestas,
de tonos distribuidos con tanta facilidad, limpios y frescos,
lleva un sello especial que no permite que la confundan
en Antioquia con otras. Ya -recordé La Tórtola,
quiero copiar ahora La muerte del novillo; son dos poesías
gemelas:
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"Ya prisionero, y maniatado y triste, atado
al poste, quejumbroso brama el más hermoso de la
fértil vega, blanco novillo de tendidas astas.
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Llega el verdugo de cuchillo armado"el bruto
ve con timidez el arma, rompe el acero palpitantes nervios,
horros de sangre la pradera esmaltan.
*
Retira el hombre el musculoso brazo, el arma brilla
purpurina y blanca;
se queja el bruto y forcejando tiembla, el ojo enturbia...
y la existencia exhala.
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Remolinando por el aire, vuelan las negras gualas
de cabeza calva, fijan el ojo en el extenso llano y al
matadero, desbandadas, bajan.
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Brama, escarbando, el arrogante toro que oye
la queja en la vecina pampa, y densas nubes de revuelto
polvo tira en la piel de sus lustrosas ancas.
*
Poblando el valle de bramidos tristes corre
el ganado por las verdes faldas, huele la sangre... y
el olor a muerte quejas y gritos de terror le arranca.
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Los brutos tienen corazón
sensible, por eso lloran la común desgracia en ese
clamoroso De profanáis que todos ellos a los vientos
lanzan"
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Debió terminar este cuadrito en la penúltima estrofa,
por que la que finaliza no tiene merito alguno
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