EL
HÉROE (Amado Nervo)
Que caeré? ¡ puede ser¡ -Mas imponente
en mi mudo reproche, iré a la tumba:
nací roca enemiga del torrente,
¡ tú sabrás si el torrente me derrumba!
"Erguí mi mole y afilé
mi diente,
y el titán, que me odia, ruge, zumba,
'culebrea, vacila en la pendiente
y me ensordece al fin con su balumba.
"Mas cuando pasa el aluvión inmenso,
yo estoy de píe y tranquilo, porque pienso
que fuera insensatez -—¡oh Dios que fraguas
contra cada opresión un heroísmo!—,
ponerme como Coto en el abismo
para hundirme después bajo sus aguas..."
|
|
|
|
DESTERRADA
Como
tallada por cincel divino en terso bloque de sin par blancura,
deslumbra y avasalla la hermosura del griego rostro y cuello
alabastrino.
Un rayo del lucero vespertino bajó a esconderse en
su pupila pura, y es su flotante cabellera oscura gracioso
marco de su rostro fino.
Cuando en la calle se presenta airosa, la sien velada por
crespón de duelo, en el andar revélase la diosa.
De fuego el alma, el exterior de hielo, cruza la tierra la
visión radiosa como sintiendo la atracción del
cielo.
ANTONIO GÓMEZ RESTREPO
|
|
|
|
TU
IMAGEN DE MARÍA _
Al señor José de la Cruz Restrepo
Hace
un lustro que errante
Por las montañas,
Cuyas cumbres en nieblas
Emboza el Arma,
El
ronco estruendo De Segovia llevóme Confuso el eco. Con mi
morral fajado Llegué a tu puerta A dar mi despedida, Tal
vez postrera,
Al noble amigo Que valor y consuelos Daba al.proscrito. Al soldado,
sin Patria Ni hogar ni nombre, Un don para su viaje
Le hiciste entonces; Y fue una imagen De la que Dios a Cristo
• Diole por Madre. El viajero en la margen De una corriente,
Cuando el viento follajes Frondosos mece, Flores y hojas Ve pasar
confundidas Sobre las ondas;
Mas si una flor se acerca Desconocida Como a asirse del césped
De aquella orilla, Tiende su mano Por tomarla, afectuoso, Mas ya
ha pasado...
Nadie podrá contarte La triste historia De mis últimos
años... Ni la amorosa, Fiel compañera Que concedióme
el cielo, ¡Ay! ¡sí, ni Selfia! Mas de tu Virgen
Santa La dulce imagen He llevado conmigo
Como deseaste; Y en larga lucha
Con el mundo y mi suerte Diome su ayuda. En los desiertos, cuando
Llegar veía La noche de regiones
Desconocidas, Y Dios tan sólo
Por mi rostro miraba Rodar mi lloró:
En la tumba do pudo Mi joven frente
Marchitarse en instantes, Donde la muerte Confuso el nombre Del
mejor de los padres Sólo dejóme: Al dar mi adiós
postrero A esa morada, Sus bosques, sus llanuras Y sus montañas,
Do de mi vida Corrieron presurosos Tan bellos días: Al ahogar
los sollozos Contra mi seno
De una madre viuda, Sin pan... sin techo... ¡Allí a
su lado Tres huérfanos su suerte Triste ignorando!... ¡Ah!
¡basta! ¡basta! es justo Dios te bendiga, Amigo verdadero;
Y tú, María, ¡No me abandones!
Si sucumbo, ¡tu amparo Dale a mi prole! |
|
|
|
|
JOSE
DOLORES NARANJO
POR: BAUDILIO MONTOYA
El
domingo por la tarde llegando á "Pueblo Tapado",
cayó bajo una descarga José Dolores Naranjo;
un campesino sencillo, sencillo como su campo, de esos que
cantan y siembran y que rezan el Rosario y a ninguno le hacen
mal porque detestan el daño.
Cayó en mitad del camino, cayó así, descoyuntado,
treinta perdigones crueles le rompieron el costado; no pudo
cerrar los ojos, los dejó así, dilatados, como
mirando adelante, como mirando hacia el alto en donde estaba
su amor esperándolo en el rancho . cercado de enredaderas,
y de rosas y geranios, todo eso que él cultivó
con el fervor de sus manos.
Al hacerse la descarga en comienzos del ocaso, los turpiales
sorprendidos al momento se callaron,
cuando pudieron saber
que los hombres son tan malos.
La autoridad llegó presto, llegó a cumplir su
mandato como lo quiere la patria. y el Señor lo está
ordenando; requisaron el cadáver, ni tarjetas, ni retratos,
sólo pendiente del cuello —icono muy adorado—
tenía en ruinas la reliquia de un ligero escapulario,
en donde la Virgen Madre abría con amor los brazos.
Yo estoy recordando ahora ese momento nefando; el camino tan
abierto que lleva a "Pueblo Tapado", los turpiales
en silencio frente al crimen consumado, y los ojos que tenía
José Dolores Naranjo, unos ojos de ceniza amargamente
quebrados, que después del sacrificio en ese término
aciago, se quedaron muy abiertos como mirando hacia el alto,
donde una mujer cordial y cuatro hijos de su canto lo esperaban
anhelosos en la placidez del rancho.
i
Ah, vida ciega la vida, ah de los hombres del campo, que trabajan
y que siembran y que rezan el Rosario, para morirse después
en un criminoso asalto como ese que conoció José
Dolores Naranjo.
Ah, caminos de mi tierra, caminos hoy sin amparo, caminos
ayer tan buenos pero ahora tan amargos, caminos que yo viví
y por los que estoy llorando, en donde tantos caerán
al empezar el ocaso, como cayó sin saberlo José
Dolores Naranjo. |
|
|
|
|
ARCO
IRIS
(Helcias
Martan Gongora)
|
|
|
|
|
|
La
furia del verano lamia con su lengua de fuego los arrozales
que fecundó el rio. El verde unánime, bajo el
castigo de la sequía prolongada, hablase trocado en
sepia triste, en melancólico amarillo. Ni siquiera
las plantaciones de coco pudieron escapar al flagelo solar,
agrá vado por la maldición del anillo rojo,
la peste vegetal que las condena a una extinción inexorable.
Hombres, animales y plantas clamaban por la lluvia, a instancias
de la sed.
Cuando ya alguien creía que las rogativo, no alcanzaban
a trasponer la muralla de las nubes remotas, comenzó
a gotear en las fuentes lejanas. Poco a poco la lluvia abandone
¡a cordillera original, descendió a la gran llanura
selvática y vertió su absolución líquida
sobre las riberas incineradas. A su contacto parecía
que todo resucitaba del odioso marasmo La savia se desbordó
en los árboles, se apresuro a sangre en las arterias,
y la vida recuperó su ritmo cotidiano.
Rehecha la calma, recuperadas las cosechas el ribereño
tornó' a dormir tranquilo, bajo las oxidadas techumbres
metálicas, en las que e. monótono tamborileo
de la lluvia adquiere una sedante virtud somnífera.
Sin embargo, superado el nivel pluviométrico una ola
ce aguaceros torrenciales se precipitó por la comarca.
Las quebradas y afluentes menores dieron en salirse de madre,
y el gran río mudó su claridad profunda por
el color turbio y terroso que anuncia las catástrofes.
Cuantos clamaban por la sed, contritos y humillados; volvieron
las miradas hacia la canina estampa de San Isidro Labrador,
sordo a sus plegarias. Porque ahora llovía con'sevicia,
sin tregua. En esta rabia de los elementos, el rio padre se
salió de cauce. Como un Inmenso toro embistió
los árboles corpulentos, derribó frágiles
arbustos, taló siembras, asoló casas, acosó
fieras, y se ensañó con los amorosos animales
domésticos y las tímidas aves de corral. También
los peces pagaron, con la plata de sus escamas y el brillo
de sus ojos, buen precio al turbión herodiano. Solo
el chipen respondía al desigual combate; cuando cedían
las ramas, sus raices, aferradas a la orilla, pugnaban por
subsistir en márgenes extrañas.
Un vaho de muerte subía de la tierra húmeda
La inundación lo dominaba todo con su fatal imperio,
atenuado por la bandera blanca de las garzas ahitas. Mas la
creciente respetó la vida humana. Las muchedumbres
famélicas emigraron hacia las partes altas, aguijoneadas
por el pánico. Muchos gestos heroicos halaron el éxodo.
Horacio que, a pesar de haber vestido el uniforme de la armada,
no sabia nadar, recordaba a Pablo y a Ligia, con admiración,
las proezas cumplidas por Misael. Además de salvarlo
a él, libró de la muerte a más dé
una decena de ancianos e Inválidos.
Sin embargo, al mediodía quedaban aún dos mujeres
encaramadas en el techo de una cabaña. Primero rescató
a la mayor, que parecía ser la madre. Todavía
fatigado, tras dejarla en lugar seguro, volvía a nado
por su joven pareja. Pero al tiempo de subirla a la canoa,
sujeta ya por cuatro brazos fuertes, ella sufrió un
ataque, precedido de agudo grito. En sus convulsiones, la
mujer golpeo con los pies a Misael, en la cabeza. Tan duro
fue el impacto que el nadador se hundió, privado del
conocimiento, formando círculos concéntricos.
Lo mismo que una piedra. Al fin de vana espera, como el buen
hombre no aparecía, los demás bogas se sumergieron
en su búsqueda. Con grande esfuerzo sacaron e. flote
el cuerpo inerte. Desmadejado muñeco de guiñol.
Manos amigas amortajaron su cadáver. Apacentáda,
la tormenta, el bíblico arco-iris izó, en el
firmamento, quizá como homenaje póstumo, su
pabellón de colores. |
|
|
|
|
|
|
|
|