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RAFAEL
ARBERTI
Por:
Juan Ramón Jiménez
Esta
risa dental rompcparéntcsis de Rafael Alberti, paralela a
sus hombreras, sacada de pecho jactante ¿de qué es?
Porque no es de ironía, ni de llanto, ni de alegría,
ni de desesperación, y parece de todo. Un momento decaído,
mirada menor, orejas abiertas. La gran Andalucía de belleza
.madre viene en su auxilio con olas de todos colores y olores, arrastradoras
de mezcladas vidas de los tres reinos. De pronto, la plegada sonrisa
se abre en risa de paraguas y, cnmedio de donde sea, el Niño
del Puerto se pone a bailar el ole, el jaleo de Jerez o el vito.
El marinerito de mi carta de 1925 creció muy pronto. Su marinera
preciosa de mis calles del mar se le quedó tan en hilo, que
al poeta, le daba vergüenza salir a la, calle de Madrid con
tanta carne fuera. Se disculpó un instante, con trajes antiguos
y de última moda: traje macizo de siglo de oro ruben-darioso,
traje negro y azafrán de aficionado a profeta, llamativo
traje de ista, y entre ellos, traje de luces, traje de payaso. Dio
un salto de azar, y subiéndose a determinados hombros de'
muertos y vivos, cojió, como en Yeats, por la pantorrilla
a los anjeles pintados sin traje. Luchó con ellos, hablando
siempre, venció, fue vencido. Su juramento de jabalina tenía
mucha verdad en su gran mentira, y el rafaelazo que dio al caer
del cielo raso de su arte, ante mil espectadores rientes y guasones,;
le dolía en el encéfalo y el hígado. (¿Se
rascaban también algunos ánjeles románticos?)
Por ahí anda, por todos los ahíes, tocándose
los verdugones de talón celeste. Extraordinario él
mismo en su gustoso alarde de tontilocuenle contra la exajeración
inútil e innecesaria. Cuando se descuelgue su sétimo
manto de amanerada elocuencia, tire al abismo su varita de habilidad,
se evada netamente de su actual sobrcrromanticismo , y en la ramazón
de su disgregada labia escesiva aísle otra vez la hermosa
ave fresca de su voz una, como tiene además en su último
piso esa trampa natural por donde saca, atravesando lámparas
de techo con cubo de plata y oro, cosas de fuego diamantino del
centro de la tierra, Rafael Alberti le va a decir a lo no mirado
una gran cosa del tamaño por lo menos del mar de Cádiz,
el más bello mar, para mí, del mundo, el golfo más
rico de poesía sudoeste que yo conozco. Cosa que no va a
poderse repetir sin esa descarga de dedo en el zigzag del rayo,
sin ese escalofrío de acariciar una celeste desnude/ que
tirita, caída en la tierra, con carne malva de gallina.
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