Como
ejemplar de derroche, desenfreno imaginativo, gratuito, y de antifuncionalismo.
Por eso, apuntar a la antigüedad de alguna cosa era ya condenarla.
¿Y qué decir, entonces, de compostura como el vino,
que se caía de vieja; y sobre todo del procedimiento de su
fabricación, torpe y grosero, ya que se lograba, no a costa
de procesos reflexivos y lógicos, sino a fuerza de pies,
por puro patear y patear de las uvas? Y lo inexplicable es que en
tantas centurias nadie probara, hasta hacía unos pocos años,
a mejorar técnica tan primitiva y pedestre y se siguiera
pisa que te pisotea, en inmundos lagares, las uvas que en sí
mismas poco tenían de reprobable, y hasta podían tolerarse,
por su contenido glucógeno. Ahora bien, si lo que confiere
derecho de vida y consideración social a las cosas en un
mundo técnico científico es la perfección técnica,
las científicas garantías con que se producen, ¿quién
osaría defender la supervivencia del vino, que se hacía
ya así, bárbaramente, en los tiempos bíblicos,
se había seguido haciendo así en las tinieblas medievales,
y aun hogaño se hacía así, en lugares retrasados?
El vino era imperdonable pecado de arcaísmo, de anacrónica
impropiedad, en una sociedad culta; por lo menos mientras no se
probara que podía fabricarse en los laboratorios y a la moderna,
esto es, con prescindencia de la uva y de los humanos sudores. Si
la tendencia de la nueva era científica apuntaba a ir corrigiendo
la suma de errores de la naturaleza, sustituyendo las deficiencias
con que gallinas y frutales, vacas y tubérculos venían
nutriendo a las gentes, por alimentos de perfecta ponderación
química e irreprochable modo de obtención, hijos orgullosos
de los tiempos nuevos, o séase venidos a luz en los laboratorios,
¿con qué tirulos- podía solicitar el vino prórroga
de vida, indulto a la justísima condena a desaparecer? Echarlo
de menos, nadie podría; porque ya la industria tenía
a disposición del público, y los anunciaba por la
tierra y los cielos, así de día como de noche, a los
ojos y a los oídos, néctares preparados con todos
los sacramentos de la higiene y los primores de la química,
que imitaban a la perfección los sabores y aromas de las
antiguas bebidas .alcohólicas. Y que les llevaban la gran
ventaja de que, en lugar de provocar perniciosos efectos excitantes,
no hacían absolutamente ninguno; o, de hacerlo, inducían
al organismo, no a orgiásticos desenfrenos, sino a una modorra,
o soñarrera, donde quedaban abolidas todas las inquietudes
y visiones y se rozaba el reino del limbo mental. De tales estados
soporíferos y beatas mansedumbres ningún pleito ni
riña sobrevenían, ni podría acarreársele
mal a la república; contribuían al mantenimiento del
orden, en cuanto inclinaban al letargo y al sopor. Y no se sabe
de ideas subversivas alumbradas en cabezas de amodorridos, ni de
revoluciones ganadas por sonámbulos. |
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El
país, en su mayoría, aceptó la reforma
complacido. Después de todo las neo-bebidas —así
se Llamaban— significaban un leve dispendio, comparadas
con las paleo-bébidas, vino, Whisky, cerveza, etc.;
y al poco tiempo ya el paladar se había arregostado
tanto en la insipidez que le descubría variantes, diferentes
grados y gustillos, según los nombres de las etiquetas:
se saboreaba el neocbampaña cual si fuese más
exquisito que el neotinto común, guardándose
así la jerarquía del pasado. Además,
la propensión a la abreviatura, activa en todo idioma,
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que
ataca de sólito a las palabras compuestas, condujo
a las gentes a omitir el prefijo. Al pedir un neobrandy, por
ejemplo, para más rápido despacho el solicitante
se comía el neo; vino a resultar que el nombre nada
había cambiado y que los ciudadanos se sentían
tan libres como antes para escoger en la lista de bebidas
la que más apeteciese, nominalmente, a su paladar.
Se oía en cafés y restaurantes lo que en cualquier
nación atrasada pudiera oírse: "Un cognac",
"Un Jerez", "una de Burdeos"; la sola
diferencia estaba en el gusto, que ni aun de lejos recordaba
el de las bebidas arcaicas. ¿Pero qué sociedad
científica puede construirse sobre base tan deleznable
como ia de los gustos palatales?
Este trance del-plebiscito venía a demostrar, por vez
primera, ya que estas eran las únicas pruebas electorales
después de la aprobación de la ley, su tino
y sabiduría. Porque a más consumo de neobebidas
sucedía todo lo contrario que con las paleobebidas,
que soliviantan los ánimos, enconan Las pasiones y
hacen bullir los cuerpos, que sólo se calmaran con
la riña: los ciudadanos del E. T. C., al cabo de tres
horas de parla, apoyada en neo-brundys y neocervezas, amansaban
sus oposiciones y algunos hasta se quedaban modorros. No dejaron
de anotarlo los funcionarios inspectores de conducta social,
como indicio de los admirables resultados que en la educación
política tenían las normas potatorias del nuevo
Estado. |
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