Ese
trance de la vida espiritual a la vegetativa regodona que
hoy nos agobia como una digestión de bueyes se refleja
en la epilepsia artística de Barrera Parra, que todo
lo descifra en el ancestro. Mas no se crea que su espíritu,
donde se hunde el sol heroico y se apaga la postrera diana
que redobló la tropa díscola, se quedó
en la esquivez de la sierra y en la desolación de la
historia. Era tal su vitalidad creadora y sargentos, de los
revoltosos y pendencieros, de las corralejas donde se domaba
el potro marcial y se palabreaban pronunciamientos, de las
ventas y los caminos homicidas, de La Puerta del Sol, y Palonegro
y La Pedregosa, de las feligresías moras, del romance
lunático, fue a porfía el más cabal intérprete
de su época: lo que llamamos modernismo con el gangueo
del jazz, el tableteo de la máquina, el zumbido de
los aviones, el croar subterráneo de las urbes, el
tic de las mocitas que rescataron su corazón de Armando
Duval para enajenárselo a Robert Taylor la : patada
del futbolista, la trepidación acerada, el automatismo
del beso, desfilan por sus páginas como en la pantalla,
sincronizado el movimiento con el bullicio. Sólo una
genial naturaleza puede aunar esa pluralidad de registros
y Barrera Parra será el cronista de su época.
El
espíritu de Barrera Parra tuvo pliegues miteriosos:
epicúreo a quien Saint Víctor hubiese ceñido
ui gajo de viña como a protagonista de las vendimias,
pagano apto para todo goce, vibrátil que concentraba
íntegra la luz dé un viñedo en irisándola
y distribuyéndola sobre todos los valles de la carne,
enclaustrábase a veces en mística digna de los
mayores anacoretas y retornaba a los placeres. sencillos de
la naturaleza y se solazaba con lo que vela de más
casto el alma de la especie.
En vísperas de su desposorio estuve con él en
'Medellín; me paseó por los templos, los jardines,
las colinas, .los cementerios, los estanques, los arroyos,
los bosques; me mostró las escuelas, los moásterios
mercados públicos, las casas de beneficencia, los orfelinatos,
los hospitales, las bibliotecas; me interpretó los
hombres de costumbres nazarenas, los hogares que; acompasa
el latido de materno pecho, las noches sin más ruido
que arrullos sobre cuyo tercicpelo fúganse los pecados
en puntillas. Don Mariano Ospina no sintió más
tiernamente esos rudimentos cristianos.
En
las mañanas soleadas, de luz raudal que in- , flama
la villa, su diálogo torneaba los motivos más
virginales, tan plácidos como ese niño de bronce
que en un parque de Londres levanta su cuerno sobre los surtidores
y los prados donde pacen cervatillos, como inadvertido del
estrepito urbano. La novia, el hijo,- -la casa paterna, el
amigo, la patria, la gratitud, la esperanza, el arte, eran
la música de sus labios. Labios de Jaime Barrera Parra;
los bautizó la carne. pero la carne se hizo arte y
la belleza se sublimo ES en virtud casi cuando moría.
Definirlos correspondí a otros. Yo me siento colmado
de emoción evocandolos. y la expreso, porque les escuché.
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