EL
SIGNO Y EL HOMBRE (Augusto Ramirez Moreno)
Porque él así nos lo exige; porque define
magistralmente un movimiento político que nosotros
amamos demasiado y que empieza a imponerse en la conciencia
nacional y porque es suya, reproducimos de La Patria, de
Manizales, la página que se leerá en seguida,
de Augusto Ramírez Moreno, a pesar de la inmodestia
que entraña para nosotros su publicación.
Hoy aparece El Debate bajo la dirección de Silvio
Villegas. En esta oportunidad traemos naturalmente a la
memoria el recuerdo de Bernardo J. Caycedo, su antiguo director,
quien puso en nuestras manos todo lo referente a los fenómenos
de política extranjera, hasta el día en que
vinimos a esta ciudad. Diariamente le velamos infatigable
en el cumplimiento de su misión, recto, suave y lúcido.
A los diez y seis años Silvio Villegas Jugaba a la
revolución: sus ideas, granaderos adolescentes, hablaban
en tropel un lenguaje confuso y encendido. Habíalo
sorprendido la pubertad en Cartago, leyendo a Nietzsche
y bañándose en las aguas taciturnas del rió
pausado. Aquella contradicción entre el medio Intelectual
y el medio físico habla de prolongar su Influencia.
Por cuatro años su espíritu oscilaba en una
angustiosa busca de equilibrio. El futuro agitador dijo
que odiaba a las muchedumbres por amor a la estética,
el polemista católico fraguaba en el labio resonante
escandalosas frases de catadura anarquista.
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Conservadores apócrifos deshonraban a Ospina y a Suárez,
las dos grandes estampas de la hora. El liberalismo, en estado
comatoso, jadeaba brutalmente en el estertor de su agonía.
La presencia del doctor Roa en el Ministerio de la Guerra
daba pasto a quienes fingían oscuras patrañas
inciviles, para resolver la atmosfera. La ironía sosegada
pero ya decadente de don Jorge Holguín, soliviantaba
la imaginación de los conservadores que presentían
su destronamiento por la oferta inverecunda que el general
hiciera a los liberales de cuatro ministerios. Ordenóse
la f1 realización del correo y del telégrafo
por el Congreso, atacado de un pánico de honestidad.
El tratado con los Estados Unidos despertaba la conciencia
pública al sentimiento de las responsabilidades ajenas
a una república pobre pero honrada, en situación
geográfica cuya fórmula matemática expresa
el peligro en razón directa de las ventajas.
Las obras públicas ocasionaban sórdidas enemistades
y todos los regionalismos bramaban aturdiendo el oído,
cuando ya hablamos perdido la vista entre el polvo cárdeno
de tantas reyertas conjugadas.
El gremio estudiantil contagióse de aquella manía
batalladora. A propósito del retrato de don Fidel Cano,
nos arrojamos a la calle, resueltos a devorarnos recíprocamente.
En una sesión memorable proclamamos la discordia a
nombre de la juventud conservadora, en un discurso reaccionario
de lógica feroz, que nos fue imputado como un delito
por los estudiantes unidos en torno al principio de la huelga.
Silvio Villegas, deslumhrado por el hallazgo de su verdadero
camino, equivócase al dar el primer paso y aprende
a conocernos como enemigos. Pero vencimos Iniciado el renacimiento
de la juventud conservadora en un estrépito de marciales
fórmulas inventadas por nosotros, Silvio Villegas oscila
un momento sin temblar. Consulta con su Inteligencia, sus
libros, ¡ai realidades políticas, y se moviliza
con nosotros enriqueciendo nuestros himnos con su palabra
de bronces. En artículos desconcertantes, revélase
desde el primer momento como el más alto diarista de
su generación, título que más tarde revalida
el país declarándolo expresamente por diversos
y múltiples conductos, como el mejor periodista colombiano.
En un proceso Indefinible, pero continuo y seguro, surge perfecta
armonía entre Arango, Camacho Carreño, Fidalgo
Hermlda, Villegas y el que esto escribe... El grupo de "Los
Leopardos" queda constituido. Bautizado por nosotros
a raíz de una lucha sin cuartel y sin derrotas en contra
de la juventud radical. Silvio Villegas hace al nombre un
desenfadado y efectivo reclamo que lo consagra, ayudado por
la complicidad de don Alfonso Villegas Restrepo, de Luis Eduardo
Nieto Caballero y de Germán Arcinlegas, quienes rehusan
beligerancia a Casa-bianca —entonces digno director
de El Nuevo Tiempo— y persigue con adjetivos mortificantes
a sus colaboradores.
Una sola diferencia separa al principio el pensamiento de
"Los Leopardos". Arango, Camacho y Villegas buscan
afanosamente en Maurras normas para la inteligencia, en tanto
que Fidalgo y el que firma, con más práctica
de la guerra y de la escaramuza, niegan que para la acción
política spa útil el estudio del pensador latino.
Ellos desinve-rosimilizaban la vida cuando nosotros la entendíamos
con un criterio verosímil, cristiano, realista.
Aquella pugna tuvo fin cuando Su Santidad Pío XI declaró
"La Acción Francesa" fuera de la Iglesia.
Habíamos firmado una carta de esclavitud al dogma católico
y nuestros camaradas se humillaron sin cólera. Silvio
Villegas, en un fuerte ensayo sobre nacionalismo, hizo la
declaración más absoluta de su alejamiento y
su condena contra lo que el Pontífice declaraba que
no podía amarse sin pecado.
Como las lecturas excesivas habíanle desarrollado el
espíritu de Imitación en perjuicio del espíritu
de creación, decide aprovechar su desventaja en servicio
de su ortodoxia. Empólvanse los manoseados volúmenes,
que aparecen sustituidos en su mano por los de virtud sencilla
y alta inspiración metafísica.
Entusiásmase con lia vida y la obra de los Evangelistas.
Lee, como rezando, las Epístolas de San Pablo. Conmuévelo
el vigoroso temor filosófico de San Agustín.
Estudia a San Juan Crisóstomo y a San Ambrosio. Arranca
de Santo Tomás para caer en el Jesuíta Suárez
que le disputa el trono de príncipe de la metafísica.
Entusiasmado con la psicología católica, dedica
meses a la obra colosal de Urrabaru, modesto folleto de diez
mil páginas. Apasionado con la vida de los santos,
penetrado de su perfume en flor, almacena en la memoria todos
los episodios de las persecuciones. Tiembla ante el ánimo
guerrero de santa. Catalina de Sena y de Juana de Arco. Adora
a Teresa de Jesús, que lo embalsama en cada una de
sus "Siete Moradas". Escruta con paciente respeto
a León XIII, y, por un extraño retorno, abroquélase
para defender al Pontificado leyendo la critica autorizada
de cuantas herejías hanse propalado en su contra, especialmente
las del nefando Joachim de Fiore.
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