La
naturaleza fue la diosa que sirvió de musa al arte romántico.
El campo fue el escenario hacia donde se desplazó el arte,
como evasión de la realidad social, que se cumplía
con rudeza en los grandes centros urbanos, prolegómenos de
un tipo de revolución más profunda y enconada.
Pero esta fuga hacia la placidez rural llevaba dentro un profundo
contenido político, contra el cual habrían de rebelarse
más tarde nuevas formas de arte, en un esfuerzo elocuente
por corresponder a las modalidades de la lucha entre los diferentes
grupos en que se dividía la sociedad de entonces. Francia
se debatía entre fuerzas antagónicas, sirviendo de
hogar a una revolución que pronto iría a llevar todas
sus influencias a los rincones del mundo para estructurar nuevas
filosofías del pensamiento y servir de experiencia a ensayos
gubernamentales y la relación social entre las clases opresoras
y oprimidas.
Courbet fue sin duda alguna la figura de mayor relieve en este trajín
estético que floreció con la Revolución francesa.
Es precisamente en la escuela Naturalista, que lo cuenta como su
jefe indiscutible, donde se ponen de manifiesto las influencias
del medio político sobre el artista, con sus contradicciones
típicas y su personaje de primera fila: la multitud. La epopeya
de la Comuna fue el argumento que inspiró la obra de Courbet.
Y no podría ser de otro modo, pues el pintor citado alternaba
su pincel con el fusil, y tan pronto como laboraba en su taller,
donde representaba la imagen de la lucha que se desarrollaba a su
alrededor, ocupaba el sitio de las barricadas, al pie de las turbas
amotinadas contra el viejo orden de cosas.
Un nuevo día madrugó entonces para el arte, con su
rúbrica de sangre y su cauda de vidas anónimas. El
arte comenzó a correr entonces desnudo por las calles ensangrentadas
del París alzado, en: busca de un héroe que desde
hacía rato se insinuaba en las escenas de la historia del
nuevo arte: el pueblo. Ya no eran entonces los ámbitos palaciegos
ni el pedazo de cielo azul los que servían de fondo al tema
del turno. Los clarines que llamaban a los proletarios de París
para marchar sobre la Bastilla, también llegaron a la conciencia
de los hombres del arte, leales a su pueblo. Se vivía una
inquietud distinta y para responder a ella los argumentos y los
temas comenzaron a darle al arte y a la cultura en general un significado
profundamente humano.
Era la reacción contra el despojo que se había logrado
del hombre en el arte. Pero insurgía la clase burguesa, la
nueva clase que reclamaba su derecho al Poder, y con ella un nuevo
humanismo cuya verdadera trascendencia sólo pudo aquilatarse
con la rebelión cada vez más pujante de los trabajadores
desilusionados con las promesas 'hechas al calor del fuego de la
Revolución. La burguesía llegaba al apogeo de su gloria
y de su fuerza trayendo en sus entrañas ese gran adversario
que en muy poco tiempo le pediría cuentas históricas
sobre la conveniencia de su régimen: el proletariado. |
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Comité
en la filosofía; Balzac en la literatura; Dumas hijo, Daumier
y Sardou en el teatro, hurgan los problemas de su época.
En la música lo descriptivo; en la pintura el positivismo.
La edad se eleva sobre bases prácticas y cada vez se va haciendo
menos complejo el destino de la humanidad.
Juan Gris, Gleizes, Braque, Miró y Picasso, entre otros,
son los exponentes de un arte que refleja el desbarajuste de las
formas sociales. Su realidad es su abstraccionismo. El hombre, sin
embargo, no ha perdido su vigencia histórica. Sigue informando
todas las manifestaciones de la existencia y hoy, como nunca, constituye
el eje sobre el cual se desplaza el mundo. Todo intento por negarlo,
o abstraerlo o suprimirlo en el arte, es una consecuencia lógica,
digámoslo así, de la desesperación en que se
debaten las fuerzas sociales que han cumplido su misión y
tratan de mantenerse en pie contra la voluntad de la Historia. Si
hay todavía artistas que sufren la nostalgia del pasado y
se inspiran en rancios motivos reminiscentes, dándonos su
imagen híbrida y melancólica, eso no quiere decir
que el arte esté llamado a sucumbir en los senderos cansados
e inexpresivos en los que muchos pretenden identificarlo. A pesarar
de estos intentos, .el arte nos sigue hablando en su idioma de belleza
y de sentimiento, todo ello en su acepción social. El arte
moderno, que tantos debates ha provocado y seguirá provocando,
corresponde pues a un tiempo en el que hacen irrupción nuevos
planteamientos históricos, acogedores de prerrogativas que
sólo pueden complacerse mediante cambios radicales en la
estructura social. |
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