Oid
ahora a Wilde hablar de otro armoniosísimo poeta William
Morris, que escribió el paraíso terrenal, y hacia
gala de si belleza suma y condicion sonora de sus versos vibrantes
y transparentes como porcelana japonesa. Oid a Wilde decir que Morris
creyó que copiar de muy cerca de la naturaleza es privarla
de lo - ¿e tiene de más bello, que es el vapor, que
a modo de halo luminoso, se desprende de sus obras. Oídle
decir que a Morris deben ¡as letras de Inglaterra aquel modo
preciso de dibujar las imágenes de la fantasía en
la mente y en el verso, a tal punto, que conoce poeta alguno inglés
que haya excedido, en la frase nítida y en la imagen pura,
a Morris. Oídle recomendar la práctica Teófilo
Gautier, que creía que no había libro más digno
de ser do por un poeta que el diccionario. «Aquellos reformadores
decía Wilde — venían cantando cuanto hallaban
de hermoso, en su tiempo, ya en cualquiera de los tiempos de la
tierra.» Querían decirlo todo, pero decirlo bellamente.
La hermosura era único freno de la libertad. Les guiaba el
profundo amor de lo perfecto.
No
ahogaban la inspiración, sino le ponían ropaje bello.
No ¡crían que fuese desordenada por las calles. Ni
vestida de mal isro, sino bien vestida. Y decía Wilde: «No
queremos cortar las alas a los poetas, sino que nos hemos habituado
a contar sus innumerables pulsaciones, a calcular su fuerza ilimitada,
a gobernar libertad ingobernable. Cántelo todo el bardo,
si cuanto canta es digno de sus versos. Todo está presente
ante el bardo. Vive de espíritus, que no perecen. No hay
para él forma perdida, sí asunto caducado. Pero el
poeta debe, con la calma de quien se siente en posesión del
secreto de la belleza, aceptar lo que en los tiempos halle de irreprochablemente
hermoso, y rechazar lo que no ajuste a su cabal idea de la hermosura.
Swinburne, que es también gran poeta inglés, cuya
imaginación inunda de riquezas sin cuento sus rimas musicales,
dice que el arte es la vida misma, y que el arte. No sabe nada de
la muerte. No desdeñemos lo antiguo, porque acontece que
lo antiguo refleja de modo perfecto lo presente, pues que la vida,
varia en formas, es perpetua en su esencia, en lo pasado se le ve
sin esa "bruma de familiaridad" o de preocupación
que la anubla para los que vamos existiendo en ella. Mas no basta
elección de un adecuado asunto para conmover las almas: no
es el asunto pintado en un lienzo lo que encadena a él las
miradas, no el vapor del alma que surge del hábil empleo
de los colores. Así el poeta, para ser su obra noble y durable,
ha de adquirir ese irte de la mano, meramente técnico, que
da a sus cantos ese perfume espiritual que embriaga a los hombres.
¡Qué importa que murmuren los críticos! El que
puede ser artista no se limita a ser crítico, y los artistas,
que el tiempo confirma, sólo son comprendidos, en todo su
valer por los artistas. Nuestro Keats decía que sólo
veneraba a Dios, a la memoria de los grandes hombres y a la belleza.
A eso venimos los estetas: a mostrar a los hombres la utilidad fa
amar la belleza, a excitar al estudio de los que la han cultiva
a avivar el gusto por lo perfecto, y el aborrecimiento de t fealdad;
a poner de nuevo en boga la admiración, el conocimiento y
la práctica de todo lo que los hombres han admirado como
I moso. Mas, ¿de qué vale que ansiemos coronar la
forma drama que intentó nuestro poeta Sheliey, enfermo de
amar al cielo una tierra donde no se le ama? ¿De qué
vale que persigamos u ahínco la mejora de nuestra poesía
convencional y de nuestra* artes pálidas, el embellecimiento
de nuestras casas, la gracia y propiedad de nuestros vestidos? No
puede haber gran arte sin hermosa vida nacional, y el espíritu
comercial de Inglaterra la matado. No puede haber gran drama sin
una noble vida nacional, y ésa también ha sido muerta
por el espíritu comercial de los ingleses. Aplausos calurosos
animaron en este enérgico pasaje al generoso lector, objeto
visible de la curiosidad afectuosa de.su auditorio.
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Y
decía luego Osear Wilde a los norteamericanos: «Vosotros,
tal vez, hijos de pueblo nuevo, podréis lograr aquí
lo que a nosotros nos cuesta tanta labor lograr allá
en Bretaña. Vuestra carecía de viejas instituciones
sea bendita, porque es una carencia de trabas; no tenéis
tradiciones que os aten ni convenciones seculares e hipócritas
con que os den los críticos en rostro. No os han pisoteado
generaciones hambrientas. No estáis obligados a imitar
perpetuamente un tipo de belleza cuyos elementos ya han muerto
De vosotros puede surgir el esplendor de una nueva imaginación
y la -maravilla de alguna nueva libertad. Os falta, en vuestras
ciudades, como en vuestra literatura, esa flexibilidad y gracia
que da! la sensibilidad a la belleza. Amad todo lo bello por
el placer de amarlo. Todo reposo y toda ventura vienen de
eso. La devoción a la belleza y a la creación
de cosas bellas es la mejor de las civilizaciones: ella hace
de la vida de cada hombre un mentó, no un número
en los libros de comercio. La belleza: única cosa que
el tiempo no acaba. Mueren las filosofías, extinguen'
se los credos religiosos; pero lo que es bello vive siempre
y es joya de todos los tiempos, alimento de todos y gala eterna.
Las guerra! vendrán a ser menores cuando los hombres
amen con igual intensidad las mismas cosas, cuando los una
común atmósfera intelectual. Soberana poderosa
es aún, por la fuerza de las guerras, |
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Inglaterra;
y nuestro todo reposo y toda ventura vienen de eso. La devoción
a la belleza y a la creación de cosas bellas es la
mejor de las civilizaciones: ella hace de la vida de cada
hombre un mentó, no un número en los libros
de comercio. La belleza: única cosa que el tiempo
no acaba. Mueren las filosofías, extinguen'
se los credos religiosos; pero lo que es bello vive siempre
y es joya de todos los tiempos, alimento de todos y gala
eterna. Las guerra! vendrán a ser menores cuando
los hombres amen con igual intensidad las mismas cosas,
cuando los una común atmósfera intelectual.
Soberana poderosa es aún, por la fuerza de las guerras,
Inglaterra; y nuestro Renacimiento quiere crearle tal soberanía,
que Dure, aun cuando leopardos amarillos estén cansados
del fragor de los combates, y no tina la rosa de su escudo
la sangre derramada en las batallas. Y vosotros también,
americanos, poniendo en el corazón de este gran pueblo
este espíritu artístico que mejora y endulza,
crearéis para vosotros mismos tales riquezas, que
os harán olvidar, por pequeñas, éstas
que gozáis ahora, por haber hecho de vuestra tierra
una red de ferrocarriles, y de vuestras bahías e¡
refugio de todas las embarcaciones que surcan los mares
conocidos a los hombres.»
Esas
nobles y juiciosas cosas dijo en Chickering Hall el joven
bardo inglés, de luenga cabellera y calzón
corto. Mas, ¿qué evangelio es ése,
que ha alzado en torno de los evangelistas tanta grita?
esos son nuestros pensamientos comunes: con esa piedad vemos
nosotros las maravillas de las artes; no la sobra, sino
la penuria del espíritu comercial hay en nosotros.
¿Qué peculiar grandeza hay en esas verdades,
bellas, pero vulgares y notorias, que, vestido con ese "
extraño traje, pasea Osear Wilde por Inglaterra y
los Estados Unidos? ¿Será maravilla para los
demás lo que ya para nosotros es código olvidado?
¿Será respetable ese atrevido mancebo, o será
ridículo? ¡Es respetable! Es cierto que, por
temor de parecer presuntuoso, o por pagarse más del
placer que de la contemplación <ie ¡as cosas
bellas, que del poder moral y fin trascendental de la belleza,
no tuvo esa lectura que extractamos aquella profunda mira
y dilatado alcance que placerían a un pensador. Es
cierto que tiene algo de infantil predicar reforma tan vasta,
aderezado con un taje extravagante que no añade nobleza
ni esbeltez a la forma humana, ni es más que una
tímida muestra de odio a los vulgares habitos corrientes.
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