La
primera contradicción se edifica sobre la suma del
paisaje elemental y de la oración cotidiana. Estructúrase
en la segunda por la influencia ideológica de sus antepasados,
mientras el contacto con el medio lo inclina a la duda íntima.
Idealmente defiende las bases primarias de su doctrina, pero
al examinar el caos real comprende cómo su Filosofía
funda sus normas mas allá del hombre y de la verdadera
naturaleza. La contradicción es estética.
Nietzsche representa el paisaje elemental, el acto obvio.
Cristo la oración ideal, el ordenamiento, la imposición
de la lógica al acto del hombre. Nietzsche se encuentra
en el momento, e-• el instante. Cristo es el proceso
de retornar al ideal de la familia. El primero llega directamente
de las cosas naturales, su.1 ido del paisaje. Cristo nos llega
a través de dos mil años de adoración.
El primero nos llega sin antepasados. Cristo a trav6 de la
cadena familiar.
El
ideal cristiano llegó al poeta en el instante mismo
de ser concebido. Cristo continuó en el poeta en el
instante mismo de ser en la conciencia, pero Nietzsche llegó
a su belleza en el apuntalamiento del alba sobre la naturaleza
ebria de realidad.
Esta primera antinomia creció en su nueva estructura
adolescente. Nietzsche parecía destruirlo en la regresión
a su estirpe, cuando en el Juego de la belleza su vocación
iba hacia ayer con las leyes de mañana. Este es Nietzsche
en el presente, en el omnipresente tiempo de la estética.
Esta antinomia tiene una importancia definitiva en la vida
del poeta, y es la causante de su inmediata y segunda contradicción.
La primera surgió por el instinto. La segunda por el
entendimiento.
A las contradicciones se llega por medio de la belleza y por
medio de la lógica. Las primeras son indestructibles.
Las segundas son apenas modificables. Las primeras son insuperables.
Las segundas pueden modificarse a través de la ciencia.
La primera antinomia, surgida a raíz de un juego de
sensaciones, creó la segunda y necesaria contradicción
intelectual “Shopenhauer-Goethe”.
Schopenhauer, solitario. Goethe, sociable. Schopenhauer se
fuga hacia si mismo. Goethe va al exterior. Schopenhauer soluciona
sus problemas en la intimidad. Goethe los oculta y trabaja
a la luz, construyendo, edificando, olvidándose.
Rafael entra en Nietzsche y regresa a Cristo a través
de Goethe. En su soledad inmensa, (Schopenhauer), no sabemos
si aún gobierna Nietzsche.
El poeta germano, iconoclasta e inmoralista, destruyó
antitabla de los valores, y descubrió en la lógica
una consecuencia de la angustia. Rafael, como poeta, comprende
el problema, pero como filósofo lo rechaza y lo ignora.
Estéticamente acepta a Nietzsche, pero en el "ser
ético" llega a los extremos goethianos y subordina
su intimidad al paisaje inmediato de la costumbre. Aquí
se cumple exactamente la eterna guerra íntima de Abraxas:
dos poderes contrarios en el hombre, mientras la antinomia
crea ese inmenso poder de la belleza apolfheo-dionisfaca.
Frente a la vida, Rafael actúa en forma dubitativa,
porque no es la realidad quien lo obliga al acto, sino -y
aquí radica la verdadera base de la presencia del poeta-
su fuego íntimo, absurdo para el común, pero
por esto mismo consagrado a la creación de lo bello.
Y la belleza es el producto necesario del espíritu
selecto, dedicado a la voluntad y a la embriaguez.
Y es embriaguez el ensueño musical perdido en las palabras,
mientras se fuga el conocimiento y mientras inconscientemente
crece la cultura como los viñedos.
Pero esta embriaguez desaparece, cuando la sensación
descubre los laberintos de la lógica y cuando el hechizamiento
deja de ser tal para regresar a lo meditado, a lo congruente,
a lo real.
Podemos observar esta transformación en el soneto "Camino
de Damasco":
Yo quisiera ir por todos los caminos del mundo, como un loco
y audaz violador de infinito, con el ceño soberbio
de algún Dios iracundo y con el puño en alto
contra el eterno mito.
Impelido en la tierra por un viento fecundo, despertar a los
muertos con la luz de mi gritó y pasar, con el trueno
de mi verbo profundo, maldiciendo de todos y de todos maldito.
Pero ya cuando vaya a romper los altares,
y a incendiar las columnas de los sacros lugares
con el fuego que en torno de los orbes esparzo,
Yo quisiera, cegado por un rayo divino, levantarme radiante
sobre el negro camino, coronado de llamas como Pablo de Tarso.
En los dos cuartetos, aparecen el abismo Nietzscheano, el
idealismo y el materialismo confundidos en una embriaguez.
He aquí por que- el Filósofo alemán llamaba
a su doctrina Materialismo estético, Idealismo sin
Dios, Materialismo sin dialéctica. Esta filosofía
parece una sensación, algo íntimo. Nietzsche
es la seducción de un absurdo ebrio, dionisaco, apolineo.
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